Cinco (¿seis? ¿siete?) ¿novelas? que marcaron época en mi
vida:
- Flor de leyendas de Alejandro Casona, El final de Norma de Pedro Antonio de Alarcón
Estas fueron lecturas escolares
del séptimo grado en San Felipe.
Ya para esa época, yo era un lector ávido, que lo mismo engullía los
volúmenes de la enciclopedia The Book of
Knowledge (particularmente las secciones de Stories y Golden Deeds)
que los policromáticos volúmenes de la serie de libros Billiken. Sin embargo, estos dos libros me abrieron la
puerta a las lecturas de aventuras románticas y fantasiosas que me hicieron
enamorarme de la literatura.
En el Final de Norma, me encontré con personajes estrambóticos como
Rurico de Cálix, que después resultó ser Oscar el Encubierto, el Niño Pirata. El protagonista, creo que se llamaba Serafín,
se desplazó desde Sevilla hasta la exótica y frígida Laponia. Allí, siempre acompañado por su fiel y
gracioso amigo Alberto, logra rescatar a su amada (que no se llamaba Jacoba ni
era casada) de las garras del cruel
corsario. ¡Uf!
Flor de leyendas es una antología que preparó Alejandro Casona en
la que adaptó para la niñez algunas de las leyendas y mitos más conocidos de la
literatura. Por ejemplo, allí figuran
narraciones de la India (Nala y Dayamanti),
del Medio Oriente (Las mil y una noches)
y de la tradición germánica (Guillermo
Tell). Sin embargo, lo que
verdaderamente me cautivó de la colección fueron los cuentos relacionados con
el mundo medieval de los caballeros guerreros y de las leyendas épicas. Con la lectura de esa colección, cobraron
vida el rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, el valeroso Roldán y
los doce Pares de Francia, los enamorados Tristán e Iseo y, por supuesto, el
sobrio y mesurado Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. El efecto fue profundo y prolongado. Por muchos años y durante buena parte de mi
carrera universitaria, hasta los estudios graduados, me concentré en la
literatura medieval: en los cantares de gesta, en el estudio de las alegorías
amorosas, en la fantástica búsqueda del Santo Grial, etc. En mis exámenes de grado, una sección entera
se le dedicó al mundo medieval. Y todo
eso nació con Mrs. Grau en San Felipe.
- Marianela de Benito Pérez Galdós
Esta fue otra lectura obligada de
la escuela. Con Marianela emprendí un
largo trayecto de lecturas de novelas realistas y naturalistas que cultivé por
mucho tiempo y que de vez en cuando me gusta volver a visitar. (Con Ana Karenina, por ejemplo.) Estas larguísimas novelas panorámicas me
transportaban a ese siglo diecinueve de gente que me era a la misma vez ajena y
familiar. Eran las novelas pobladas de
personajes con problemas políticos, religiosos, matrimoniales, económicos y
cosas por el estilo. Con Marianela, me enamoré de Benito Pérez
Galdós a cuyas novelas les dediqué incontables horas. Por esa misma línea, devoré a Valera, Pardo
Bazán, Flaubert, Stendhal, Balzac, Dostoievski, Tolstoi, Dickens, Hardy. Eran las novelas del escándalo, de los
banqueros, de los aristócratas arruinados, de los trepadores sociales, de la
pobreza extrema y de los amores desdichados.
Eran las novelas que después se convertían en melodramas de Hollywood o
del cine mejicano.
- La Jalousie (La celosía) de Alain Robbe-Grillet
Habiendo ya comenzado mis
estudios de literatura francesa me topé con esta novela del escritor y cineasta
francés en un curso sobre la novela del siglo 20. Aquí descubrí otra forma de narrar que se
parecía muy poco a los textos desparramados de los escritores del siglo
19. Aquí me encontré con le nouveau roman, un tipo de novela más
introspectivo y carente de tramas fácilmente descifrables. Nadie, ni el narrador, describía los
personajes. Veía como pensaban y
actuaban sin que mediara explicación.
Aquí descubrí, además de Robbe Grillet y a Michel Butor. Creo que Eduardo Barrios, con Los hombres del hombre, cabría en este
grupo.
Con estas novelas también se me
abrieron las puertas del cine francés de autor, la nouvelle vague que incluía al propio Robbe-Grillet, Alain
Resnais, Truffaut, que se emparentaban estilísticamente con la nueva novela.
- Cien años de soledad y El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez
Después de leer Cien años de soledad, parecía que no
había posibilidad de escribir de otra manera.
Era la novela perfecta. Después
de leerla, y de devorar los cuentos de Los
funerales de la Mamá Grande, empezó el compás de espera. En 1975, ya habían pasado cerca de siete años
y apenas ahora anunciaban que saldría pronto otra novela del Gabo. Yo la esperaba igual que los adolescentes de
hace poco esperaban la próxima entrega de Harry Potter. Iba casi todos los días a la mini librería de
Rafa al lado de la Iglesia Metodista de la de Diego a ver si ya había
llegado. Allí vi que éramos más de uno
los hermanos del muerto. En la acera se
reunía un pequeño grupo a la espera. Cuando por fin llegó, y pude conversar
con otra gente que la esperaba con las mismas ansias, sentí que pertenecía al
grupo de los LECTORES. Descubrí que
había otros como yo a quienes les apasionaban los libros y que los esperaban “con
ansias, en amores inflamados” (parafraseando a San Juan de la Cruz). Todos queríamos ser García Márquez. Mi amistad con Francisco Catalá
empezó cuando lo vi un día en el balcón de titi Malva, leyendo El otoño del patriarca, que yo acababa
de comprar. Ese día supe que el también
pertenecía a la cofradía.
- It Begins With Tears de Opal Palmer Adisa
Cuando presenté mi solicitud de
admisión al Programa de Inglés en literatura del Caribe anglófono, me dediqué a
leer lo que pudiera encontrar de esta literatura tan poco conocida para
mí. En la antigua librería del Recinto
de Río Piedras, me topé con esta novela cuyo título y autora me eran totalmente
ajenos. Este texto me abrió las puertas
de un Caribe poblado de unas creencias, estilos narrativos, lenguaje,
personajes e historias nuevas para mí.
Por otra parte, fue la primera vez que me encontré con personajes que
comieran ñame y quimbombó en inglés. Aquí comenzó una aventura de
descubrimiento literario que todavía hoy no concluye.
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